jueves, febrero 12, 2004

Montse y el de Plástica

Estoy contento por el recibimiento que ha tenido mi blog. Desde que le puse el contador ha tenido veinte visitas, con una mínima publicidad. Gracias a los y las que habéis hablado bien de mí por ahí.

Sigo con lo mío. Hoy van a acabar (momentáneamente) las historias de los desgraciaditos que vivían en el barrio más conocido por su hospital: ¿Qué habrá sido de ellos? Han pasado seis años desde que estuve allí. Aunque por razones de estilo los describa como seres espeluznantes (y la Virgen de Bellvitge sabe que algunos rasgos tenían), se les llega a coger cariño.

Hoy toca la que es seguramente la historia más triste, la de Montse, porque Montse sufría. Era más desgraciada que Carmen Maura en "¿Qué he hecho yo para merecer esto?", porque además ni siquiera tenía amigas.

Su hermana mayor había tenido un bebé de soltera, y lo había dejado con los padres. A Montse le tocaba compartir no ya habitación sino, ¡cama! con el chiquillo. Otra desgracia que le pasó es que le regalaron un cachorro de perro por navidad y se lo quitaron a los tres meses porque ya era demasiado mayor para caber en ese piso que no disponía siquiera de espacio para una cuna.

Montse podía arrancar a llorar en cualquier momento, por cualquier motivo e incluso sin él. Yo que conocía sus penas le daba un cleenex para que no se manchara la ropa al secarse los mocos y la dejaba tranquilita sin que nadie la molestara en un rinconcillo de la clase, sin preguntarle nada.

Con este panorama, y ahora empieza la parte divertida de la historia, no es de extrañar que Montse se aferrara como a un clavo ardiendo a cualquiera que le brindara un mínimo de comprensión o de cariño. Y ese fue su profesor de plástica. Se enamoró perdidamente de él, aún sin saber cómo se llamaba, ya que en ese instituto no era costumbre llamarnos a los profesores por nuestro nombre. Lo más bonito a lo que podíamos aspirar era a que nos llamaran por el nombre de la asignatura que dábamos.

Lo tenía en un altar, lo defendía a capa y espada. Sus amigas se reían de ella con la crueldad típica de los compañeros de colegio. Un día en clase, mientras estaban trabajando iban hablando de sus cosas (una de mis estrategias para sobrevivir: pactos de no-agresión. Tu me vas trabajando y yo te dejo ir hablando).

Amiga pérfida número 1:¿Y a tí como es que te gusta el de Plat-tica? ¡Pero si é carvo!

Amiga pérfida número 2: Con lo feo que é...

No era muy agraciado, si lo comparabamos con los idolos del Super Pop que consumían esas niñas. Creo recordar que era Ricky Martin por aquel entonces. Pero el de plástica era un ser enormemente cariñoso y noble que te podía hacer olvidar su físico a los cinco minutos de conversación.

Amiga pérfida número 3: Y lleva un anillo de casao...

Amiga pérfida número 4: ¡Está casao, está casao...!

Montse se levantó de su esquina con intención de estrangular a la número cuatro, gritando cuál folklórica en la revista 10 minutos:

-En la vida del de Plát-tica, solo hay doh muhereh: Su madre, y YO.

Ahí se acabo la conversación, porque tuve que separarlas.