lunes, febrero 16, 2004

Arquitectura: el hábito hace al monje

Hoy hablaré de diferentes tipos de institutos, para deshacer el tópico de que todos los institutos son iguales. Hay institutos de toda la vida, situados en los centros de las ciudades y grandes pueblos. (Los pueblos más pequeños han tenido instituto hace poco). Suelen ser edificios antiguos, algunos viejos pero a veces verdaderas joyitas de la arquitectura civil, como el Politécnico de Vilanova i la Geltrú o el Verdaguer de Barcelona. Los profesores que allí trabajan también son unas reliquias la mayoría de las veces: eminencias de la enseñanza pública. Estos institutos, en la mayoría de los casos, no se han sabido adaptar a los nuevos tiempos y son decadentes, lo cual acentúa su encanto. Se niegan a cambiar (en la correspondencia, en las placas de la entrada) su antiguo nombre de Instituto de Bachillerato por el oficial de Instituto de Enseñanza Secundaria (IES).

Hay institutos, de construcción más reciente y arquitectura más desafortunada, que están ubicados en barrios obreros y que deben su propia existencia a la reivindicación de los vecinos. Tienen a su favor un AMPA (otra servidumbre de la corrección política: Asociación de Madres y Padres de Alumnos, no se me asusten) muy activa y profesores más jóvenes: menos experimentados pero más cañeros, que organizan más salidas por ejemplo. A veces tienen nombres horripilantes: es el caso de un instituto del Baix Llobregat que tomó su nombre de un barrio que a su vez había tomado su nombre de la fábrica de cemento que había motivado la formación de ese barrio colmena. Generalmente, esos nombres se cambian por el tiempo y se les pone el nombre de un escritor: ¿Para cuando el IES Terenci Moix?

Hay un tercer tipo de instituto, que es aquel instituto concebido para ser otra cosa: aquí la variedad es apabullante. Dejando aparte los colegios reconvertidos en Institutos, en Catalunya tenemos antiguos orfelinatos, colonias industriales y hasta un convento.