sábado, mayo 22, 2004

Una habitación con vistas

He descubierto, por fín, un weblog de un profe como yo. Aunque la experiencia que él narra es muy diferente, me encanta haberla encontrado, tiene una notable calidad y la recomiendo.

Siguiendo con mis historias cotidianas hoy voy a hablar de las ventanas, elementos distractores para mis alumnos de mis quehaceres laborales. Ahora que llega el verano, por ejemplo, las niñas de segundo de ESO se derriten contemplando a los muchachos de cuarto de ESO jugando un partido de fútbol en el patio, descamisados. Algunos de ellos, como David Roca o Pepito Armani, son conscientes de su sex appeal y me las provocan.

En aquel instituto del barrio con nombre de hospital, las vistas eran tan horribles que el que no te miraran a ti te deprimía todavía más. Las vistas a los bloques de pisos con ropa tendida, donde vivían aquella Montse que se enamoró del de plástica o Iván el que se tiró por la ventana; eran de lo más horripilante.

En otro instituto venían unos músicos callejeros (gitanos) a pedir limosna, siempre a la misma hora de la clase más difícil de la semana: la última del viernes. Todo era empezar ese organillo barato con amplificador y los niños morirse de risa:
-¡La cabra! ¡Ya ha llegado la cabra!
Yo ya me podía ir despidiendo de lo que estuviera haciendo para pasar a alguna actividad que admitiera “música” (mejor, ruido) de fondo.

Pero la historia más espeluznante sobre ventanas me ocurrió al principió de mi carrera profesional, cuando aún era un sutituto. Era en un instituto de un barrio periférico de una ciudad periférica, mal urbanizado. Todavía se palpaban los efectos del desarrollismo de los años 70. Digo esto porque el instituto daba a un descampado-precipicio.

Yo sufría mucho, por varias razones: era nuevo, los grupos se llamaban como en la novela Wilt: mecánicos 2, eléctricos 3... Invertía hora y media para llegar desde mi casa y el horario era tan mal diseñado que daba la sensación que te pasabas el día allí. Yo me decía:
-Solo son quince dias, solo son quince dias...
Bueno pues a lo que íbamos... Resulta que un día un señor utilizó el descampado frente al instituto (y sus ventanas)... para defecar. A eso que los niños lo ven, se abalanzaron TODOS hacia las ventanas y le llamaron muchísimas cosas(eso si, relacionado con la actividad que estaba haciendo el señor en cuestión) Eso me sucedió el tercer día y creí que había perdido todo el respeto y la poca autoridad que había conseguido imponer en esa clase (automovilistas 4).

Nada más lejos de la realidad. Los gritos actuaron como un bálsamo desetresante entre aquellos monstruitos y el resto de la clase fue sobre ruedas (nunca mejor dicho).