lunes, mayo 10, 2004

A la antigua usanza

Los institutos, como tod en este país, han cambiado mucho en los últimos años. Hoy voy a hablar de ciertos profesores que he tenido como compañeros en el pasado que ya no podré volver a tener jamás, porque ya no se comportarían del mismo modo o porque simplemente son especies en vías de extinción.

Don Javier de Prado era un profesor de historia catalanohablante que daba su clase en castellano, que es como él la había aprendido y fumaba por los pasillos. Todavía lo recuerdo pidiendome fuego cuando yo fumaba, o escribiendo cartas al director a todos los periódicos a los que estaba suscrito el Instituto (cuatro). Vestía traje y corbata, y no quería dar COU porque la historia que se explicaba era demasiado contemporánea. Lo suyo eran los terceros de BUP.

Javier siguió fumando en el instituto pese a las leyes prohibitivas, cada vez más arrinconado, y nuncó se sacó el certificado de catalán. ¡Él, que era un señor de Barcelona!

En ese mismo instituto trabajaba doña Elvira Gotada, que aparte de megacatedrática de Latín, Griego y otras antigüedades, era una profesional del escaqueo. Bajo su apariencia de emérita santidad , lo primero que hacía al llegar al Instituto (antes de dar los buenos días) era mirar qué profesores habían faltado, para así poder ella cambiarse clases y salir antes. Había llegado a dar tres clases al mismo tiempo, poniendo deberes en un aula, dejando a los alumnos hacindolos en la siguiente, y corrigiendolos en otra. Una rotación. Un día la directora le hizo notar que aquello no era posible:
-Tu, mi querida Elvira, no tienes el don de la ubicuidad
A lo que ella respondió:
Si! Sí que lo tengo!
Otra de sus especialidades era dar por concluidas todas sus clases cuando acababan los COUs, dejando los BUPs un mes antes de final de curso.

Cuando se descubría la argucía ya habían pasado unos días, y siempre respondía:
-Es que yo, ya he acabado el programa

Hoy en día no se puede dejar a los niños solos por varias razones: Lo dice la normativa y los monstruos montan un pollo que se oye tres manzanas más allá.

Pero Doña Elvira se jubiló sin saberlo.