viernes, septiembre 22, 2006

Pepita Trashorras (II)

La comisión de convivencia estaba compuesta por cinco profesores (uno por cada día de la semana), la integradora social, el integrador socio cultural y presidida por la jefa de estudios. Pepita sustituía a la profesora de los viernes. Su trabajo consistía en notificar a los padres las amonestaciones del día y aguantar a los posibles expulsados durante las dos horas posteriores al patio, que eran tradicionalmente las más conflictivas. El trabajo de la comisión era analizar los casos reiterativos y aplicar las sanciones pertinentes de manera colegiada, para evitar abusos de poder.

Todo esto parecía muy solemne pero el talante de los profesores allí presentes quitaba gravedad al asunto. Como todo en esta vida había profesores que utilizaban el recurso de la amonestación a fondo y otros que tenían otros recursos. Faustino Fernández, un profesor de geografía, había puesto cinco partes en una semana. John Cool O’mines, un profesor de inglés, se encargaba de leer de modo dramatizado los partes que ponía Faustino:

-Estoy explicando y, sin mediar palabra, empieza a decirme cosas y provocarme para que deje mi explicación.
Los profesores de lenguas allí presentes se tiraban las manos a la cabeza: ¿Cómo se podía hablar sin mediar palabra? Quería decir seguramente que la interrupción vino sin que a la alumna se le diera pie a nada.

- En medio de mi explicación, empieza a decir que dos de sus compañeras son unas “chupapollas”, creando una expectación superior por tener más información en sus palabras que en mi explicación.

Pepita empezaba a ponerse nerviosa. ¿A que clase de instituto había llegado que las niñas de once años utilizaban ese lenguaje? ¿Cómo podía ser que los profesores se tomaran a broma dichas conductas?

- Mientras sus compañeros trabajan, empieza a referirse a determinada profesora como “la borracha”.

Había dos profesores nuevos en ese curso que no conocían ese mote y mostraron interés por saber de quien se trataba. Especialmente Lucía Morales que, temerosa de ser ella la afortunada, lo preguntó.

-Se trata de Carmeta Pujol, la pobre.
El que hablaba ahora era Miquel Perramon, el más informado de todo usualmente, por ser de los más antiguos de la casa.
-Hay que procurar que no se entere, porque a la pobre ya se lo decían hace tres años y le sentó tan mal que cogió una depresión.

La comisión de convivencia quiso dar ejemplo a principio de curso y esa niña (que era la causante de los tres partes arriba mencionados, la angelita) tuvo un castigo de dos día de suspensión del derecho de asistencia a clase, y Pepita Trashorras respiró aliviada.

Quedaban dos minutos para incorporarse a su primera clase...