jueves, diciembre 30, 2004

Historias para no dormir (III)

Un frío e impersonal “tiene una llamada” de recepción me pasó con el padre de Quico Blume, uno de los niños que iban con nosotros. Mil ideas se me apilonaron en la cabeza: ¿se habría matado aquella noche?¿Estaría detenido por algo? Mis defensas estaban bajo cero porque me acababa de despertar así que empezó hablando papá Blume:

-Perdone que le moleste señor profesor, pero le quería hacer una pregunta: ¿es cierto que estaban incluidos las comidas en el precio del viaje?
-Sí, claro que lo están, contesté extrañado
-Es que Quico nos ha pedido más dinero, y claro, le habíamos dado treinta mil pesetas pensando que sería más que suficiente...

Treinta mil pesetas se había gastado en un día el angelito, de las de principios de los noventa.
-¿Y no será que le habrá dejado dinero a alguien? Reaccioné mientras me quitaba las legañas. Tenga presente que han alquilado motos, y han salido ya de compras. Debería preguntarle a su hijo en que se lo ha gastado.
-Sí, lo he intentado, pero no me contesta.
-Hablaré con él y le diré que usted ha llamado
, acabé, con un tono de "hala adiós muy buenas".

El resto del día fue lamentable. Los niños se habían acostado a las tantas (por eso no oían teléfono ni nada) y cuando el servicio de limpieza de les echaba para hacer las habitaciones, se iban a acabar de dormir a las tumbonas que rodeaban la piscina, tapándose las caras con las toallas para no ser deslumbrados y así seguir durmiendo.

Por la noche, decidí salir con aquella espectacular troup y poder influir de alguna manera: se estaban perdiendo las playas, los pueblos... Iban del hotel a la disco y se alimentaban a base de snacks que hoy están prohibidos en muchos institutos, tirando las comidas del hotel que estaban ya pagadas.

A todo esto, Quico ya estaba empezando a beber más de la cuenta (ese era el motivo de sus dispendios) y no se aguantaba en pie. Tuve que llevarlo al hotel y meterlo en la camita, pero (horror) no me dejaba ir:

-Quédate Mestre, quiero quedarme contigo. Métete contigo en la cama que te quiero mucho.
La propuesta hubiese sido contestada afirmativamente de no tener Quico 17 años y ser alumno mío. Tenía cuerpo de gimnasta y era muy guapo.
-No sabes lo que dices. Estás borracho.

Lo dejé ahí durmiendo, pero ¡qué demonios! Me acordé de que tenía moto, de que todo el mundo se lo estaba pasando bien menos yo y me fui a visitar un sitio que ya conocía.

(continuará...)