domingo, marzo 27, 2005

De nombres

Image hosted by Photobucket.com
Durante mi larga trayectoria de Mestre calculo que habré tenido unos tres mil alumnos más o menos, todos ellos con sus nombres y apellidos. Hoy voy a hablar de nombres.

En la clase donde sonaba la cabra a las 13:15 de los viernes había seis Verónicas. Mucha Verónica, desde luego. Creo que los niños se llamaban casi todos Jordi. Esto va a modas, hoy según la lista que publica Caprabo los sábados los nombres más puestos son Maria para ellas y Alex para ellos, creo.

A veces los nombres evocan los gustos televisivos de los padres: es el caso de las Melissas o las Heidis. También abundan referentes musicales, como un alumnete que tuve que se llamaba Jairo, u otra que se llamaba Tina. También hay reminiscencias futbolísticas, como los que se llaman Johan.

Hay también referencias ultralocalistas: nombres que sólo se conocen en el pueblo donde tienen a ese santo o a esa virgen como patron o patrona. Hay niños que se llaman Gil, niñas que se llaman Vinyet o Brugués. Relacionados con esa manera de poner los nombres están aquellos de familia castellanoparlante que buscan ponerle al hijo o la hija un nombre más catalán que nadie, no se sabe muy bien si con el fin de traumatizar al hijo o si para demostrar (¿a quien?) que ellos también son catalanes. Lo de traumatizar lo digo porque conocí a un niño que se llamaba Berenguer, y la verdad pensaba que estaban todos los reyes medievales enterrados en Poblet o Ripoll.

Con la llegada de los nuevos catalanes, los nombres se anglicanizan: cuando más morena la piel, más inglés el nombre: Junior, Milady, William,....

Cada año descubro nombres nuevos. Donde estoy este año esta plagado de Pols i Paus (que son el mismo nombre), o de Aïnas/Ainas, y éstas últimas no se ponen de acuerdo en qué parte del diptongo inicial hay que acentuar su nombre, con lo cual hay que preguntar como lo pronuncian ellas. Un cognazo, vaya.