La cabra, la cabra...
Los que me leéis de hace tiempo ya sabéis que me gusta desconectar un poco en vacaciones, que para eso están. Quiero agradecer, sin embargo, a los que me todos estos días habéis estado mirando a ver si escribía algo.
Ésta es una historia antigua, recuperada del disco duro de la memoria. Sucedió en el primer instituto donde trabajé, hace unos 11 años, cuando los gitanos eran autóctonos y había muchos barrios marginales todavía. Yo estaba en uno de ellos.
Todos los viernes del mundo al las 13:15, aparecía el inevitable gitano músico con su cabra equilibrista para tocar un pasodoble con su Casio, amplificadores a toda pastilla y el ritmo samba-disco-dance (como dirían los de Antònia Font) de fondo. Dicho sea de paso que el samba-disco-dance no le quedaba muy bien al pasodoble, pero qué le ibas a contar al gitano.
Uno estaba por lo que estaba, claro, y no me di cuenta de semejante regularidad y puntualidad hasta que me percaté de que los alumnos lo esperaban para poder interrumpir la clase. Eran unos niños de primero, recién llegados, y a esa hora ya estaban hartitos de todo, supongo que en el colegio de donde venían a esa hora les hacían jugar si es que no habían salido ya.
¡Mestre, hoy tenemos la cabra! Era Verónica Pulla, a la que con el tiempo aprecié, pero que en esa época estaba de bofetada.¡A ver que haces!
¿Quieres que le echemos unas piedras al gitano y a su cabra? La reconciliadora idea venía de Gustavo Iván Dalez, que con el tiempo habría de tener problemas con la policía.
Esa época, ¿habrá pasado ya o no? ¿Habrá tomado cartas en el asunto la Generalité con su ley de protección de los animales? La verdad es que hace tiempo que no veo semejante espectáculo bochornoso.
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