domingo, abril 17, 2005

Y el último día ( y Mallorca 4)

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Retomo las aventuras de Mallorca, en lo que está siendo mi semana más prolífica desde que empecé el blog. Por cierto, que últimamente estoy teniendo muchas visitas y pocos comentarios, je ne sais pas pourquoi.

Esta es la última entrega ya, patrocinada por Air Berlín.
No con poca resaca levantamos a los niños (gracias otra vez a los formales y a Dolça y Biel) en dirección a Valldemossa. Yo me negué a repetir la visita a la Cartuja, que tenía muy fresca aún del año pasado, y me dediqué a leer tranquilamente el ciberpaís (era jueves) frente a un café y a ver una exposición de un pintor de marinas y olivares. Había retado a los serios y formales a que descubrieran las reliquias de Santa Catalina Thomas y fui a ver si estaban por la labor, así como la reacción que podía causarles tan macabra visión.

Dentro del marco incomparable (que dicen en la tele) de Valldemossa, que es efectivamente precioso hay otro más prosaico, que recomiendo, el hostal Ca’n Marió, precioso de contemplar y exquisito para comer en el, que se encuentra justo en la calle que lleva a la casa de Catalina Thomas, cuando empiezan a desaparecer los turistas de rebaño. Es de ese tipo de sitios donde hay que pedir si te dejan comer, donde parece que no les guste tener gente, pero que luego te hacen una comida espléndida, de la tierra con un trato bueno y a un precio razonable.

Con la barriga contenta nos fuimos a Deià con su precioso cementerio (foto), pasando por Na Foradada y luego de vuelta al albergue a hacer las maletas. Lloros de Graciela por los del piso tutelado, que se querían meter en nuestro autobús al aeropuerto... mucho cariño era lo que necesitaban esos niños.

Los de la pelota jugando por última vez... o no, porque me montaron otro partido en la cola de facturación del aeropuerto, mientras Samanta Rodrigo tenía una agria discusión con el empleado del mostrador porque le quería obligar a facturar las ensaimadas. Si hubiese estado ahí su novio no hubiese pasado eso.

Una vez pasado sin sobresaltos el filtro de seguridad, anticipé el respiro de “misión cumplida” que en rigor no correspondía hasta llegar a Barcelona. Los tenía ya facturaditos, esperando a que nos llamaran para embarcar y me los miraba en la distancia mientras una compañera y yo hacíamos el último ágape. Aún Franklin nos tenía que dar un pequeño susto porque había perdido la tarjeta de embarque en uno de sus múltiples bolsillos (vestir a lo Latin King es lo que tiene), pero apareció la tarjeta y salimos.

Al llegar al aeropuerto, no estaba para nadie y me fui a mi casa.