De motes e insultos
Hace mucho que no escribo, y es que voy muy "pillao" de tiempo. Ya os lo advertí. Aún así me emociona ver que hay una media de 20 visitas a esta página, aunque no escriba nada, o sea que muchos venís a ver si he escrito algo... y me emociona, la verdad. Así que hoy escribiré algo aunque sea cortito.En los institutos florecene los motes. la mayoría de las veces surgen por la técnica de un brainstorming no planificado: Los niños van insultando hasta que surge un insulto (o malnombre) que tiene éxito por algún motivo determinado y pasa a la exitosa categoría de mote oficial.
Estuve en un instituto donde la mitad de los alumnos llamaban a la directora Cruella de Vil (era la época del remake con Glenn Close y otros animales de carne y hueso) y la otra mitad Rafaella (por la Carrà, of course): la directora era físicamente la mezcla perfecta de ambas (especialmente la perdían los abrigos de piel auténtica, aunque era muy buena persona, no os vayáis a pensar).
Hubo una época en que mis gafas de mestre tites eran redondas (tipo John Lennon) y me hice una permanente: el resultado era que les encantaba preguntar por mí y decir: ¿dónde está Wally?
Pero donde los motes adquieren significados más divertidos (o a veces crueles) es cuando se los ponen ellos entre si. Tengo un alumno al que llaman porc (cerdo) y el lo acepta. Lo curioso es que no es porque esté gordo, sino porque su cabeza pelirroja y sus pecas también anaranjadas recuerdan a Babe. También tengo a otro alumno al que le llaman porreta y otro al que llaman Rollo, en este caso porque su apellido se parece a esa palabra. Otro, en cambio se enfada mucho por que le llaman conejo (adivinad qué parte de su anatomía es mas grande).
En general me olvido de los motes que ponen de un año para otro, excepto los que son muy afortunados. Por supuesto en los institutos mas durillos en los que estado la capacidad imaginativa de los alumnos decae exponecialmente: Aquí lo que priva es el insulto, y para no buscar enfrentamientos innecesarios lo más conveniente es hacerse el sordo (a no ser, claro está, que algun imbécil te diga algo a la cara). Recuerdo una profesora joven, sustituta, que lloraba los primeros días porque cuando subía de la sala de profesores a las aulas se oía una tonadilla, del estilo de las del fútbol, que la llamaba una cosa que empieza por pu y acaba por ta. Se dío cuenta, por fin, que no iba con ella: todos los profes eramos putas o maricones.
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