sábado, diciembre 10, 2005

Mundo Mercadillo

Creo que ya lo he explicado varias veces. Uno de los pequeños placeres de cada curso es (re)descubrir la onomástica en las listas de mis alumnos. Muchas veces es una auténtica deconstrucción, como Ferran Adrià con sus platos. Siempre hay alguna sorpresa, y ya no digamos nada si nos fijamos en los apellidos. Los sudamericanos con sus nombres compuestos inconcebibles para nosotros, los acentos olvidados por quien matriculó al niño que ocasionan equívocos en los que los profesores caemos una y otra vez, los lapsus linguae en los que se cae al cambiar un nombre por otro... lo que sigue no os lo vais a creer porque ha superado lo de cualquier año.

Los primeros días de clase paso lista mucho, para aprenderme los nombres de los montruitos.

(Un secreto: Me aprendo antes, siempre, los nombres de los niños. No puedo evitarlo. He llegado al punto de fingir que me equivoco también con ellos para no herir la susceptibilidad de ellas que me dicen que soy un machista y blablabla)

Uno de los nombres de este año me llamaba la atención: Armany. Sonaba a catalán medieval, y no sería la primera vez que tengo en mi instituto un Berenguer o un Guifré. Hay una regla no escrita que dice que un número indeterminado de padres no catalanohablantes ponen a sus hijos un nombre muy catalán y muy antiguo. Debía ser el caso sin duda de Armany Heredia Rodríguez, y no lo digo por sus apellidos, sino porque por su manera de hablar no parecía de Vic ni de Girona. La historia sin embargo era muy diferente.

La madre del niño siempre había tenido debilidad por los nombres italianos. Le sonaban tan bien: Desde las tortugas ninja a sus pizzas favoritas, todos los nombres de ese origen le fascinaban. Pero tenía un problema: casi no sabía escribir en castellano, ¿como iba a hacerlo en italiano que era extranjero y más difícil? De manera que se le ocurrió una idea: en el mercadillo callejero de los jueves había visto un puesto con todos los perfumes de prestigio. Lo que no sabía ella, la pobre, es que eran falsificaciones que para no ser declaradas como tales cambiaban ligeramente la ortografía de las marcas: Hugo Boos, Versache, Armany!

Debería haber una ley para poderse cambiar el nombre de mayor si uno quiere, ¿no os parece?

5 Comments:

At 8:35 a. m., Blogger betta said...

pobre criatura!

 
At 9:30 a. m., Anonymous Anónimo said...

¡Claro! Que en catalán Armany se pronunciaría Armañ.

 
At 9:10 p. m., Anonymous Anónimo said...

Jajajaja es buenísimo.

 
At 9:21 p. m., Anonymous Anónimo said...

Pues anda que por mi centro corría un Maikez (sic) que debería haber sido Maikel/Maiquel (sic) si su padre no hubiera estado borracho el día que lo inscribió.
Creo que no es el niño el que tendría que cambiar nada. Algo habría que hacer con el cerebro de sus padres. ¿Y qué me decís de los funcionarios que los inscriben? ¿No haría falta un poquito de humanidad?

 
At 3:56 p. m., Anonymous Anónimo said...

Qué gran verdad sobre los nombres medievales. Y lo de la colonia... pobre chaval, casi mejor que le pronuncien el nombre en catalán, siempre podrá decir que su madre quería apuntarle en el registro como Arimany, apellido clásico catalán.

 

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