martes, diciembre 20, 2005

Navidades tropicales

Cuatro de la tarde. Me dispongo a empezar la clase cuando una comitiva de alumnos (siete, es obvio que más de uno se está escaqueando de clase) entra en mi aula de tercero de ESO para informar de los festejos de mañana, último día del trimestre. (Los de cuarto organizan siempre en mi Instituto los festejos, porque de este modo recogen dinero para su viaje de fin de curso)

-A ver, mañana, pa los que no van al concierto de navidá tenemos, servisio de bar, batuka, a dos eubros, y taller de peluquería: trenzas a dos eubroh y churros a eubro y medio.

-¿También nos vais a dar de desayunar? Interrumpo yo para hacerme el simpático.

Que va, profe, el churro es como la trenza caribeña pero más gordo. Y hacer consumisión que el año que viene ya os toca a vosotros.

La última frase suena más a amenaza que a invitación. Si no es más real es porque soy incapaz de reproducir la jerga de estas niñas con total fidelidad.

Este año la de francés, que nos ha salido bastante melómana, ha medio enredado al de música, que nos ha salido joven e inexperto -está en prácticas-, para hacer una especie de musical mezcla de Les Choristes y villancicos norteamericanos clásicos de los que ningún profesor de inglés nos hemos querido responsabilizar. Como nuestra sala de actos no puede acoger a todo el alumnado, los niños que protagonizan el concierto sólo pueden invitar a dos personas, padres incluidos. Los otros, ya lo sabéis: trenzas, churros y batuka

miércoles, diciembre 14, 2005

Tiendas en peligro de extinción

Mi amiga Bea (de la que tanto aprendo) dirá que soy muy antiguo, pero yo creo a veces que las soluciones simples, aunque no pasen por las nuevas tecnologías son también efectivas. Lo que ocurre es que a veces pasan de moda, a consecuencia de las nuevas tecnologías. Me explico.

Tengo una colección de flash-cards (llamémosles postales) muy útiles para no usar la lengua materna de los niños. Por ejemplo: enseño esto
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Y los niños gritan “record shop”! (como en los mejores tiempos de Barrio Sésamo) Si consigues hacer un número respetable de la misma categoría, hasta juegan a cartas y todo con ellas, y son una herramienta muy potente para que los niños tengan palabras para usar, que es al fin y al cabo de lo que están hechas las lenguas.

Mis lectores más jóvenes ya deben entrever el problema: dentro de unos años ya no habrá record shops. De hecho, mis niños se compran la música (si se la compran) en centros comerciales o grandes almacenes que empiezan con Fn y acaban por ac. Esa cosa negra redonda que sale en el dibujo es algo que tienen sus padres y que se llama disco, pero que ellos no usan ya.

Como éstos, ya no hay muchas copisterías, ni tiendas de revelado de fortografía. La diferencia entre barbero y peluquero les parece de lo más demodée...

Acabo este artículo de hoy con otro caso verídico que me ocurrió hace unos años cuando en un viaje de fin de curso a Italia una niña de 4º de ESO me preguntó:

-Esto es una iglesia, verdad?

Estábamos dentro de la Basílica de San Marcos. La mismísima en Venice, Italy que dirían los americanos.

sábado, diciembre 10, 2005

Mundo Mercadillo

Creo que ya lo he explicado varias veces. Uno de los pequeños placeres de cada curso es (re)descubrir la onomástica en las listas de mis alumnos. Muchas veces es una auténtica deconstrucción, como Ferran Adrià con sus platos. Siempre hay alguna sorpresa, y ya no digamos nada si nos fijamos en los apellidos. Los sudamericanos con sus nombres compuestos inconcebibles para nosotros, los acentos olvidados por quien matriculó al niño que ocasionan equívocos en los que los profesores caemos una y otra vez, los lapsus linguae en los que se cae al cambiar un nombre por otro... lo que sigue no os lo vais a creer porque ha superado lo de cualquier año.

Los primeros días de clase paso lista mucho, para aprenderme los nombres de los montruitos.

(Un secreto: Me aprendo antes, siempre, los nombres de los niños. No puedo evitarlo. He llegado al punto de fingir que me equivoco también con ellos para no herir la susceptibilidad de ellas que me dicen que soy un machista y blablabla)

Uno de los nombres de este año me llamaba la atención: Armany. Sonaba a catalán medieval, y no sería la primera vez que tengo en mi instituto un Berenguer o un Guifré. Hay una regla no escrita que dice que un número indeterminado de padres no catalanohablantes ponen a sus hijos un nombre muy catalán y muy antiguo. Debía ser el caso sin duda de Armany Heredia Rodríguez, y no lo digo por sus apellidos, sino porque por su manera de hablar no parecía de Vic ni de Girona. La historia sin embargo era muy diferente.

La madre del niño siempre había tenido debilidad por los nombres italianos. Le sonaban tan bien: Desde las tortugas ninja a sus pizzas favoritas, todos los nombres de ese origen le fascinaban. Pero tenía un problema: casi no sabía escribir en castellano, ¿como iba a hacerlo en italiano que era extranjero y más difícil? De manera que se le ocurrió una idea: en el mercadillo callejero de los jueves había visto un puesto con todos los perfumes de prestigio. Lo que no sabía ella, la pobre, es que eran falsificaciones que para no ser declaradas como tales cambiaban ligeramente la ortografía de las marcas: Hugo Boos, Versache, Armany!

Debería haber una ley para poderse cambiar el nombre de mayor si uno quiere, ¿no os parece?